Mari Wollstonecraft

Mari Wollstonecraft

Nacida en 1759 en Gran Bretaña, Mary Wollstonecraft creció en un entorno familiar tumultuoso, con un padre, John Edward Wollstonecraft, que maltrataba a su madre, Elizabeth Dixon, y dilapidó la fortuna familiar en intentos fallidos de establecer diversas granjas en Inglaterra. Tras la muerte de su madre en 1780, Mary tomó decisiones radicales.

A la edad de 19 años, decidió abandonar su hogar. Posteriormente, a los 25, se enamoró de Fuseli, quien, a pesar de su relación con Mary, eligió casarse con otra mujer. Tras años de ser la amante, la desesperación llevó a Mary a proponer a la esposa de Fuseli una vida juntos, propuesta que fue rechazada. Devastada, regresó a Londres e intentó quitarse la vida, aunque sin éxito. Superando ese difícil momento, eventualmente estableció una relación con William Godwin. Fruto de su unión nació Mary Shelley, quien más tarde se convertiría en la autora de «Frankenstein».

En 1783, demostrando su carácter fuerte y solidario, ayudó a su hermana Eliza a huir de su abusivo esposo, Meredith Bishop, y logró que obtuviera una separación legal. Junto a su hermana, fundó una escuela en Newington Green, experiencia que inspiraría su libro «Reflexiones sobre la educación de las hijas». Trabajó en Irlanda como institutriz de la familia de Lord Kingsborough hasta 1787, cuando se mudó a Londres para embarcarse en su carrera literaria.

Rápidamente se integró en círculos radicales y comenzó a escribir obras provocadoras. Trabajó con el editor Joseph Johnson, abogando por los derechos de las mujeres. En 1790, respondiendo a Edmund Burke, escribió «Vindicación de los derechos del hombre». Su obra más emblemática, «Vindicación de los Derechos de la Mujer», se publicó en 1792, defendiendo la igualdad de género y sentando las bases del feminismo.

Su compromiso la llevó a París en 1792, donde se relacionó con la Convención de Robespierre, aunque criticó la violencia del período.

Lamentablemente, Mary Wollstonecraft falleció en 1797, poco después del nacimiento de su segunda hija. No obstante, su legado como pionera del feminismo perdura, y, en palabras de su hija, Mary Shelley, fue una luz sobrenatural que iluminó a toda una generación.

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